Como las luciérnagas, que necesitan de la oscuridad para poder brillar.

En la oscuridad es donde mejor se distingue la luz. Cuando estás a oscuras en tu habitación ves cosas que cuando hay luz apenas te fijas en ellas, a veces ves luz que se cuela por debajo de la puerta cuando tus padres o tus hermanos van al baño durante la noche, ves los pequeños muñecos pintados con pintura que brilla en la oscuridad que tienes en la estantería, en el escritorio o en la mesilla, incluso ves los pequeños números y las finas agujas del reloj de pulsera que llevas todo el día contigo y en los que no te habías fijado hasta ese momento.

Lo mismo sucede con nuestro corazón, con nuestros sentimientos, con nuestra alma o como quieras llamarlo. Hay veces que hay que cerrar los ojos, dejar de mirar y aprender a ver. Al igual que en la oscuridad cuando cierras los ojos y observas las luces que te rodean ves que están tus padres o tus hermanos al otro lado de la puerta esperando a que la abras y los dejes entrar para iluminarte, al igual que ves los muñecos que brillan en la oscuridad verás la luz de tus amigos, pero tan sólo la de los amigos de verdad, esos que no sólo están para pasártelo bien con ellos sino para guiarte cuando no veas por donde ir, y al igual que ves los números o las agujas de tu reloj brillar en la oscuridad, verás la luz de tu pareja sujetándote muy fuerte de la mano y llevándote de nuevo hacia la luz. Hay veces que no hay nadie detrás de la puerta, otras veces no tienes muñecos de esos que brillan en la oscuridad, y otras veces no tienes reloj. A veces la vida te ha tratado tan mal que no tenemos nada que ilumine nuestro alrededor, cuando esto ocurra y estés a oscuras, no tengas miedo ni te preocupes, siempre hay una luz, una que llevas siempre contigo y que muy pocas veces ves. ¡Cierra los ojos, mira a tu interior y sigue la luz de tu corazón!