Tres palabras.

Al principio pareció reacia, acostumbraba a masticar bien las cosas antes de tragarlas, pero a la promesa de un regalo si lo hacía no se pudo negar, dejó atrás todo miedo a atragantarse y se dispuso a tragarlas. La primera le costó, no sabía cómo se hacía, me decía, y casi que se le derritió en la boca. Quizá fuera el sabor amargo de esa primera “judía” lo que le llevó a tragarse la segunda sin problema, y así hasta 5, cada una de un color y de formas diferentes. Me pidió el vaso de agua, y me preguntó por la sorpresa, le dije que mañana la vería.
¿Cuándo me vas a contar el cuento papi? Me estoy durmiendo, decía apenada. Así que empecé, a contarle el cuento prometido: a la voz de Érase una vez…, comencé a relatar, …un ratón que quería mucho a su hija ratona, iba a arroparla todas las noches y le iba a contar un cuento para que se durmiera, pero un día la hijita se puso muy, muy malita, se había dado un atracón de queso, por lo que el papi ratón fue por todas los rincones buscando algo que ayudara a curar a su hija, hasta que en el camino se encontró a un mago que le dio unas judías, y le dijo que eran mágicas, que con ellas su hija se curaría de todas las enfermedades. El ratón que no se lo pensó dos veces, se apresuró a llevarle aquellas judías mágicas a su hija, no quería que fuera demasiado tarde. Cuando llegó a donde su hija taba en la cama muy mala y el ratón le dijo que se tomara aquello, que le iba a curar de su enfermedad. La ratona se las tragó y pronto se fue sintiendo mucho mejor. El ratón viendo lo efectivas que eran aquellas judías fue en busca del mago para darle las gracias. El mago dijo que no se las diera que no tenía que hacerlo, que es cierto que las judías curarían a su hija de la enfermedad, pero también es cierto que debería tomarlas de por vida. El mago se sintió arrepentido por no habérselo dicho antes, pero al ratón no le importó le dijo que daba igual, que gracias a él y a sus judías su hija iba a seguir viviendo, que no le iba a importar tomarlas toda la vida, y así fue, cuando ratona se enteró de que debía tomarlas siempre, no le importó, valoró más no sufrir su enfermedad y agradecida al mago le dijo que ya se sentía mucho mejor y le dio un beso en la mejilla. Y colorín colorado este cuento se ha acabado -le dije. Ya se le cerraban los ojos, apenas había podido aguantar al final de cuento, pero llegó a preguntar: ¿voy a tener que tomarme las judías todas las noches? Sí cariño –le contesté. Bueno si así sigo buena, no me importa, como la ratona.
¡Buenas noches papi!, me dio las buenas noches con un pequeño hilo de voz, el sueño la atrapaba. Me quité los zapatos, no quería hacer mucho ruido en mi marcha, apagué la luz y le cerré la puerta. ¡Buenas noches princesa! –susurré tras la puerta.
¿Cuándo me vas a contar el cuento papi? Me estoy durmiendo, decía apenada. Así que empecé, a contarle el cuento prometido: a la voz de Érase una vez…, comencé a relatar, …un ratón que quería mucho a su hija ratona, iba a arroparla todas las noches y le iba a contar un cuento para que se durmiera, pero un día la hijita se puso muy, muy malita, se había dado un atracón de queso, por lo que el papi ratón fue por todas los rincones buscando algo que ayudara a curar a su hija, hasta que en el camino se encontró a un mago que le dio unas judías, y le dijo que eran mágicas, que con ellas su hija se curaría de todas las enfermedades. El ratón que no se lo pensó dos veces, se apresuró a llevarle aquellas judías mágicas a su hija, no quería que fuera demasiado tarde. Cuando llegó a donde su hija taba en la cama muy mala y el ratón le dijo que se tomara aquello, que le iba a curar de su enfermedad. La ratona se las tragó y pronto se fue sintiendo mucho mejor. El ratón viendo lo efectivas que eran aquellas judías fue en busca del mago para darle las gracias. El mago dijo que no se las diera que no tenía que hacerlo, que es cierto que las judías curarían a su hija de la enfermedad, pero también es cierto que debería tomarlas de por vida. El mago se sintió arrepentido por no habérselo dicho antes, pero al ratón no le importó le dijo que daba igual, que gracias a él y a sus judías su hija iba a seguir viviendo, que no le iba a importar tomarlas toda la vida, y así fue, cuando ratona se enteró de que debía tomarlas siempre, no le importó, valoró más no sufrir su enfermedad y agradecida al mago le dijo que ya se sentía mucho mejor y le dio un beso en la mejilla. Y colorín colorado este cuento se ha acabado -le dije. Ya se le cerraban los ojos, apenas había podido aguantar al final de cuento, pero llegó a preguntar: ¿voy a tener que tomarme las judías todas las noches? Sí cariño –le contesté. Bueno si así sigo buena, no me importa, como la ratona.
¡Buenas noches papi!, me dio las buenas noches con un pequeño hilo de voz, el sueño la atrapaba. Me quité los zapatos, no quería hacer mucho ruido en mi marcha, apagué la luz y le cerré la puerta. ¡Buenas noches princesa! –susurré tras la puerta.
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