El jardín de mi abuela.
Desde el balcón de mi abuela veo el jardín que tanto mima, con sus rosas, margaritas, pimientos y romero, y en el medio, coronando, cual vela en un pastel, un naranjo, especial, no por su fruta sino por la memoria que guarda en su tronco: siete días, siete besos encendieron siete vidas, y uno de ellos, el más frío, redujo el más tierno deseo al más pueril de los anhelos, besos, abrazos, llantos, lamentos, cuantas cosas guarda y cuantos secretos: un día el anuncio de una boda, al siguiente el de un viaje, y al tercero, el de un regreso. Jardín pequeño dicen muchos, yo lo creo grande, grande como para albergar entre sus entrañas la libertad, esa que te hace volar, volar hasta tan alto que podrás a las nubes con desprecio mirar, y poder asi escuchar el más fuerte de los gritos, el silencio, que a menudo olvido por estar durmiendo el más estridente de los sueños.